Bustarviejo - Imagen de Julio de Mateo / CC BY-SA 4.0
Bustarviejo es una pequeña población que crece al abrigo de una de las sierras más bonitas de cuantas podemos encontrar en la zona de la Sierra Norte de Madrid. Con apenas 2.500 habitantes, sus construcciones nos recuerdan a un pasado en el que la agricultura y la ganadería se complementaban con su estratégica situación como lugar de paso para viajeros. En la actualidad se ha convertido en un destino habitual para los amantes de la montaña, ya que permite perderse por los caminos y zonas de tránsito de ganado para disfrutar tanto de las cumbres rocosas como de los prados y bosques que crecen a sus pies.
Con esta descripción de la zona y la insistencia de unos amigos para que fuésemos a comprobar con nuestros ojos lo que tantas veces nos habían contado, nos animamos a viajar hasta “Bustar” para disfrutar de una ruta de dificultad media, pensada para disfrutar en grupo y entregarse a la contemplación del paisaje más que para desgastar piernas. El objetivo era disfrutar de enebros, robles, encinas y el omnipresente olor a incienso de las jaras, que todavía resiste a la llegada del invierno. Eso sí, el frío también sería un compañero incansable y no prepararse para soportarlo hubiese sido un gran error…
La ruta escogida (existe una gran variedad de propuestas que se pueden consultar en la página del ayuntamiento) fue la que nos llevaría a rodear el Pendón, una de las rutas más largas de cuantas se sugieren, con 19,6 km de recorrido, un desnivel positivo acumulado de 450 metros y que, a un ritmo tranquilo, se puede completar en cerca de una hora y media.
Aparcado el coche, con las bicicletas de montaña a punto y las cantimploras llenas, salimos desde la Plaza de la Constitución, en el centro del pueblo, y nos incorporamos a la Calle Real, que forma parte de la Cañada Real Segoviana. Bajamos por un pequeño camino de tierra, rodeado de cercas de piedra, y seguimos una pista forestal que transcurre en paralelo a la M-610 hasta llegar a la que se conoce como Fuente del Collado. Cruzado el restaurante que está junto a ella, giramos a la derecha siguiendo la pista principal. Aquí fue donde nuestros guías nos recomendaron reducir un poco el ritmo para evitar incidencias, ya que este tramo suele estar frecuentado también por excursionistas, rebaños de ganado y algunos jinetes (existe un picadero muy cerca de este punto). Superamos la primera pendiente y llegamos al valle, desde donde se contempla la Cuerda de la Vaqueriza al frente y el Pendón que da título a la ruta a la izquierda.
Empezamos el descenso sin abandonar el camino hasta encontrarnos con una pista que lo atraviesa de forma perpendicular. Seguimos las indicaciones que nos llevan a cruzar el Arroyo del Collado y a acompañar el cauce de otro arroyo, esta vez el del Valle, rodeados por bosque bajo y campos de pasto. Seguimos bajando para girar a la izquierda poco antes del viaducto Madrid-Valladolid, punto de inflexión donde cambiaremos la pendiente de signo. Acabada la primera cuesta, giramos a la izquierda y nos sumergimos de lleno en la dehesa.
Si no hemos dosificado bien nuestras energías, puede que este repecho sea un momento oportuno para hacer un descanso y consumir alguna barrita energética a modo de power-up de videojuego para que nos dé ese empujón final que necesitamos de cara a completar la segunda mitad de la ruta (10 Km. aproximadamente con pendientes blandas) sin el fantasma del agotamiento acechando; la gente del Pac-Man sabía cosas… También puede servir de excusa para, simplemente, abandonarnos a las vistas que se nos presentan.
Retomamos el camino acompañados por el Pendón a nuestra izquierda, mientras dejamos atrás una rampa que nos llevaría hasta Madrid; frente a nosotros tenemos la Sierra de la Cabrera y la pista principal que seguiremos sin desviarnos, con la vía del tren como guía, al menos hasta que se pierda en el túnel. Llega el momento de disfrutar del paso por un robledal y girar en una curva abierta para poner rumbo al norte y volver a nuestro punto de partida. Ya fuera del bosque, nos encontramos con los barracones del “Destacamento”, zona que coincide con otras rutas para disfrutar a pie, y empezamos el ascenso con otro macizo, el Mondalindo, al frente, la Peña del Búho a la izquierda y una enorme cantera de granito a la derecha. Las rocas nos regalarán formas sorprendentes causadas por el viento, la lluvia y la nieve, compañeros inseparables de los inviernos de la región, durante siglos de erosión.
Finalizado el ascenso, y ya de nuevo en el pueblo, aprovechamos para recuperar fuerzas en “La Casona” con un Villagodio (un corte de lomo alto de casi un kilo) marca de la casa y agradeciendo a nuestros amigos que nos insistiesen lo suficiente para animarnos a visitar una tierra tan acogedora y bella para el ciclista.